Memorias de Blanquita.
Burgos a San Sebastián.
Escrito por Javier (Navegante), fechado el 14 de mayo de 2016.
Hace un rato que ha amanecido, han pasado algunas motos por la calle y todas iban en la misma dirección. Espero que Javier baje pronto y salgamos otro día de aventura. La mañana esta fresca y mi cuerpo metalo-plástico esta frio y casi sin vida, solo mi electrónica se mantiene alerta, vigilante y atenta. De repente oigo la voz de Javier, que como de puntillas se ha acercado hasta mi:
- Ya estamos otra vez aquí. He descansado bien y el "roadbook" lo he estudiado esta mañana, después de descansar toda la noche. Espero que hayas descansado, Barquita. Hoy tenemos otra maratón.
Suavemente, mis cilindros se llenan de gasolina y aire y como en un tiovivo, comienzan a moverse, esperando que Javier engrane la marcha y partir a la carretera. Bajamos el bordillo y después de un breve trayecto, estamos con otras muchas hermanas y paramos según las indicaciones de una persona del "staff". Cuando Javier baja de mis lomos, le dice:
- Por desprendimiento se ha cambiado la ruta, infórmate en el punto de sellado.
Javier desaparece entre un enjambre de motos y personas, pronto dejo de verlo y me dedico a observar los alrededores. Javier me dijo anoche que enfrente hay un museo, el de la Evolución Humana, muy interesante. No se lo que es, pero me hace sentir algo humana cuando Javier me explica esto. Parece ser que cerca de Burgos en "Atapuerca", se han encontrado un montón de huesos de antepasados de Javier y esto le hacia sentirse muy contento. Los humanos dan mucha importancia a sus orígenes, los míos no los recuerdo muy bien, pero si tengo cierta sensación amarga antes de estar con Javier, estuve almacenada, viajaba encerrada y con personas desconocidas y con un idioma que no llegue a aprender. Estando en estos pensamientos se acercó Javier por fin:
- Barquita, un desprendimiento nos hace cambiar la ruta. Pero ya tengo la ruta alternativa, la programo en el navegador para llegar bien y salimos. Hoy espero disfrutar del paseo, es mas corto que ayer y eso nos dará tiempo a disfrutar el paisaje. Vayámonos Barquita.
Con un bronco sonido, mis cilindros empiezan a bailar y poco a poco nos ponemos en marcha. Atravesamos Burgos y me fijo que tomamos dirección Soria. La carretera es ancha y con buenos arcenes, el asfalto suave, continuo y cálido hace que nos desplacemos como en una nube.
Después de unos kilómetros, dejamos la carretera general y entramos en una gasolinera en la entrada de un pueblo, esta lleno de personas y muchas motos, pero Javier, con mucha paciencia espera el turno. Con cuidado, como si oro liquido se tratara, llena el deposito de gasolina, cierra y se marcha para volver enseguida.
- Hoy haremos otra parada más para repostar y alguna para comer algo y el resto en la comodidad de tus lomos. Barquita nos vamos a divertir.
Efectivamente, salimos del pueblo y tomamos una estrecha carretera que termina entrando en una garganta, con muros de piedra a un lado y quitamiedos de piedra y cemento al otro. La vegetación se hace espesa, y el arrullo de un torrente nos acompaña.
- Barquita, los quitamiedos de cemento y piedras parecen las almenas de un castillo. Somos como caballeros medievales, cabalgando a la aventura. Que buena mañana para pasear en moto.
La garganta empieza a abrirse y aparecen una llanos salteados de algunas colinas y en ambos lados unas grandes defensas de roca nos rodean y dan cobijo. Una larga recta en medio de un páramo de hierva fresca para el ganado, cercados y caminos nos acompañan en la carretera, que hace ya tiempo perdió sus arcenes y siendo tan estrecha, las plantas y hiervas, bajas, como temiendo crecer por el frio, muerden los bordes del asfalto que se abomba y deshace por la intemperie.
-Barquita, esto es la Sierra de la Demanda, al sur tenemos la Laguna Negra, algún día te llevare a verla. Vamos en dirección al norte de Soria y después a la Rioja, tierra de vinos, espárragos, alcachofas y mas manjares de la tierra. También zona de antiguos dinosaurios que dejaron sus huellas y sus coprolitos marcados en la piedra. En otra salida te llevare.
Javier me hace reír, como siempre pensando en el placer de la comida. El camino empieza a picar de norte y comienzan curvas y mas curvas, es una zona bonita y tranquila. Pasamos algún embalse pequeño, lleno hasta rebosar del necesario elemento para la vida. Seguimos avanzando y poco a poco el camino se abre y comienzan terrenos de cultivo, labores de vid y colinas, que se mezclan y reparten la tierra.
Como por encanto, el terreno se hace mas y mas abierto y los pueblos y ciudades aparecen en el horizonte. Estos son mas grandes y aunque lejos, perecen mas habitados. De pueblo hasta pueblo, las carreteras se han hecho mas suaves y el asfalto, aunque usado, esta otra vez suave y liso. No hay casi arcén pero son anchas las vías por las que empezamos a correr, sin prisa pero sin pausa.
Entramos en un Pueblo, parece ser fiesta, muchas personas en las calles del centro y paramos, aparcando en la acera. Las buenas gentes del lugar se acercan a las motos y algunos preguntan mientras otros miran. ¿De donde venís?, ¿Adonde vais?. Se oye entre murmullos y frases. Javier se marcha sin decirme nada. Esta emocionado, con los ojos brillantes y expectantes por lo vivido y por lo que nos queda por vivir. Tras una breve ausencia, Javier vuelve y después de ponerse el caso y los guantes, me dice:
- Una visita viuda a una bodega. Sin probar los caldos espirituosos se queda uno como a medias, Barquita. Bueno ahora a por el resto del día. Hemos comido un pincho y un refresco y esto, aunque no sirva para el resto del día, si nos apaña la mañana.
Arrancamos en La Rioja y tomamos dirección al Nordeste, al País Vasco. Dejamos atrás las tierras de labor y viñas infinitas y el camino se vuelve arisco y aparecen cerros y colinas y al fondo sierras que están por llegar. El cielo amenace con cerrarse y nubarrones negros empiezan a verse a lo lejos, encima de las sierras.
De repente, sin previo aviso, una gran cuesta, un puerto de montaña y todo cambia. Aparecen arboles majestuosos y grandes espinos. Curvas en subida hacia el gris cielo que nos cubre. De momento no llueve, pero se nota la humedad del monte y de la sierra.
Entramos en una serie de grandes valles, fértiles y frondosos. Nos acompañan siembras de habas, colza y algún terreno de alcachofas. Entre ellas pedazos de cereal, mecidos por el viento suave, como las olas de un mar esmeralda. Javier se sujeta débilmente contra mi deposito, no hace mas que mirar el campo, las siembras, los arroyos, de cuando en cuando se pone de pie, para mirar por encima de las lomas que nos rodean y ver así el horizonte. Me dice entre susurros que pararemos a comer y llenar el deposito. Me hace gracia porque con el ritmo que llevamos voy casi por encima del medio deposito, pero Javier no le gusta apurar y así descanso, como él dice, aunque yo creo que lo hace mas por él que por mi.
Después de repostar y comer algo, partimos hacia el mar. Dos días atrás salimos del mar para llegar hoy a verlo otra vez. Es otro mar, pero solo de nombre, porque las aguas son parecidas, según me ha dicho Javier.
El camino se hace estrecho y empieza a caer de forma ocasional unas finas gotas de lluvia. Aparecen cercados y curvas y montañas y mas curvas y rectas entre prados y todo esta verde y lleno de vida. La carretera esta llena de excrementos de animales, no es que me guste mucho, pero por lo menos esto indica que hay vida. De vez en cuando se ven caballos pastando. Tiene fuertes patas y cuerpos robustos, angulosos y musculados, achaparrados y orgullosos, pasten en las cercanías de la carretera. También se ven rebaños de ovejas y cercados con vacas de carne. Dedicadas a su rumiar tranquilo, contagian con su calma el ambiente que las rodea y como embrujado, Javier acaricia suavemente el acelerador. Se que esta contento, sus piernas casi no me rozan, como si fuera en volandas.
Después de largas subidas y bajadas, llegamos a una caída libre, una especie de embudo a través del que serpentea la carretera, curvas cerradas y bajadas pronunciadas entre monte de hayas hermosas y grandes., con sus cuerpos erguidos y fuertes, agarrándose en las pronunciadas laderas. El paisaje ha cambiado y parece que todo lo que nos rodea esta hecho de agua, se oye correr, saltar, crecer en la hierva y hasta moverse en las bestias. Todo fluye como en un gigantesco rio y nosotros vamos atravesando las cañadas, los montes y cerros.
Empezamos a pasar por varias poblaciones y están vacías, como durmiendo en la tarde lluviosa y triste. Yo no estoy triste y la lluvia hace días que dejo de ser una novedad, ya ni siquiera es un fastidio. Javier va relajado, pendiente de los cruces y la carretera. Hecha un vistazo al dispositivo de navegación, él lo llama el GPS, y aminora la marcha, como buscando una salida de la carretera y mirando el "roadbook". Después de unos cientos de metros tomamos una pista de cemento, no hay asfalto, y comienza una fuerte subida. Entre monte bajo y pinos ascendemos lentamente.
Llegamos a la cumbre y se ven coches aparcados, al fondo una ermita o santuario. No parece haber nadie, no hay motos. Nos damos la vuelta y andamos unos metros por el mismo camino de subida, pero tomamos bajada por otra carretera, esta si es de asfalto. En bajada vamos perdiendo altura y pasamos de cumbres yermas de pradera de montaña a monte alto de arboleda mediterránea. Pinos, quejigos, hayas y algún arce. De repente y con el aviso de excrementos desperdigados por la carretera, una gran rebaño de ovejas.
- Mira Barquita, hacia muchos años que no veía un rebaño tan nutrido. Van mas de quinientas, es muy grande. Hay que tener cuidado al poner los pies en el suelo, por que entre las caquitas y el agua... parece hielo en vez de asfalto.
La lluvia nos acompaña en el trayecto, a veces fina como la niebla o mas gruesa, pero poquita y aparece y desaparece. El suelo esta mojado y después de pasar el rebaño, que se ha quedado en un claro en el monte, avanzamos hacia el fondo del valle. Está salpicado de pequeños pueblos silenciosos, que vamos dejando atrás según avanzamos hacia otra sierra. Una última rotonda y enfilamos el camino sinuoso que asciende en la montaña.
Las gotas de agua tiemblan y se estremecen en los bordes d
e las hojas y las plantas que nos acechan. Un verde intenso nos rodea y entre la bruma de la fina lluvia aparecen figuras fantasmales de animales recortados sobre el fondo verde. Son caballos pastando detrás de un cercado. Javier se estremece y empezamos a descender después de hacer alto, curva tras curva vamos bajando en un baile sin fin, izquierda, derecha y otra derecha, una mas y no perece haber fin. Hemos descendido bastante y Javier se acerca al deposito y me dice:- Barquita, casi hemos llegado al final, nos queda una visita al punto de control y después un paseo hacia la playa. No se lo digas a nadie, pero he llorado al darme cuenta que hemos llegado al final, tengo un montón de recuerdos y vivencias y las hemos pasado juntos, que inmenso es el camino, pero se hace corto al viajar tan seguro, gracias. Me acuerdo de mi familia y me saltan las lagrimas a los ojos, creo que se sentirían alegres y orgullosos de nuestras aventuras.
Estas palabras me hacen sentir grande, mis zapatos siguen rodando, surcando la carretera aún mojada por las ultimas aguas, el cielo empieza a abrirse y llegamos a una punto de control, hay una marca en la puerta como la que llevo a los costados, me siento como en casa y tan contenta por las palabras de Javier, que cuando se va a sellar también mis circuitos electrónicos se estremecen.
Cerca hay otras hermanas y partimos todos juntos hacia el final de la etapa, atravesamos una linda Ciudad y al fin, en una explanada, paramos. Javier se acerca a la playa con la botella en la mano y suelta el agua que había dentro, después arrancamos y subimos una pequeña rampa, parece el podio de una carrera sin ganadores ni vencidos, todos los pilotos y acompañantes pasan por el arco y levantan los brazos en una expresión de alegría. Javier también y bajamos del podio atravesando el arco del triunfo.
Una breve pausa entre mis desconocidas amigas y partimos hasta el hotel. Mañana sera otro día.